Nunca pierde el sentido del humor. Ni todos los chiantis del mundo pueden opacar su voz de barítono. Por eso es que integra la Pichincha Transfer.
Me levanté somnoliento. Ya son casi las 20 horas y empiezan a llegar los comensales. El viaje es de lujo. Zarpamos hace casi 2 horas y ya tengo que levantarme. Encima debo llegar antes que el resto porque los aires marinos no le hacen bien al piano. Veré si puedo afinarlo un poco más antes de empezar. Y sinó recurriré al viejo Korg que nunca me falla.
El resto de la banda llegó a los tumbos. Están tan despiertos como yo. Encendemos los equipos, ordenamos los micrófonos y soportamos la mirada dura del maître que no quiere movimientos bruscos cerca de las bandejas de los mozos.
Como en cada viaje, aparecen los fantasmas: la pareja en su luna de miel, el gracioso, el galán maduro, las dos amigas íntimas y así todo un abanico de especímenes que ya no quiero mirar. El capitán no aparece.
Un acople del micrófono logra la peor cara de perro del maître, quien viene directo hacia mí aunque yo no tenga micrófono. La bronca viene de otros viajes. Creo que es hostil conmigo porque no le doy bola.
Empezamos a tocar melodías suaves como para preparar el ambiente. Los primero corchos ruedan por el piso y también algunos golpean el techo. El clima es cada vez más festivo y al maître se lo nota nervioso por la ausencia del capitán.Entramos en calor. Esta banda es así, escuchan ruido de copas y le aparece el alma. Sabemos que no es el ruido solamente lo que nos devuelve el espíritu. Contamos con Pierangelo, el joven mozo que nos trae los culitos de los mejores vinos que van quedando. Y así el clima va mejorando notablemente.
El barco vira exageradamente. Ruido de cristales rotos, el Korg que se me quiere escapar. Un par de micrófonos ruedan haciendo que el maître vuelva a enojarse. A esta altura sus enojos nos quedan en segundo lugar.
Entonces sentimos el golpe. Un silencio. Algún grito. Las luces parpadean.Vemos que nuestra provisión de vinos está intacta igual que el sonido. Y seguimos con un entusiasmo que no recordaba. Quizás sea porque la rutina cambió. La gente empieza a moverse más nerviosamente. Alguno hasta empieza a llorar. El barco se inclina ligeramente pero no impide que empecemos otro tema.
Con el Korg sobre las rodillas me olvido de donde estoy. Sólo veo a mis amigos que sacan los mejores sonidos que alguna vez les escuché.
Hasta que quedamos solos. La inclinación del barco ya es notable. Las improvisaciones también. Logramos notas que no están en ninguna escala, sonidos que no son de esta dimensión.
No recuerdo nada más hasta que bajo de una patrulla de carabinieris de Giglio. Estoy mojado, muerto de frío y nadie me dice que pasó con mis compañeros y con mi Korg.
Saro, Filippo, Gaetano, Lino.Nadie me escucha. Sólo hablan del “Capitano Francesco” y su insólita decisión de hacer esas maniobras, sin motivo aparente.
“Sin motivo aparente”, pienso. Justo la última canción que recuerdo estábamos tocando antes de que todo se nublara.
Eso fue hace un tiempo, ya.
Y vos tenés la oportunidad de escucharla. No te pierdas esta asombrosa experiencia. Esto va más allá de los sentidos.Pensá que para que vos tengas esta canción en tus oídos perdí una banda, que se quedó tocando hasta que se terminó el sentido de todo.
No sé cuánto tardaré en volver a tener la oportunidad de tocar con músicos de este calibre, así que si tenés corazón, ponelo en marcha y dejate llevar por los fantasmas de la banda del barco.
Hcé clik acá para escucharla:
http://www.hispasonic.com/musica/sin-motivo-aparente/68672
Te espero
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